domingo, 21 de diciembre de 2008

Feliz comienzo de JANUCA, la fiesta de las luminarias, la fiesta de quienes siguen creyendo en los milagros (o la victoria de unos pocos sobre muchos)


NES GADOL HAIA SHAM: "UN GRAN MILAGRO OCURRIÓ ALLÍ"



Januka Be Sameaj! (¡Feliz Janucá!)

Amo esta fiesta que tuvo por protagonistas a los bravos y ardientes Macabeos y que, en la actualidad, nos tiene por protagonistas a todos. No nos disfrazamos como en Purim, sino que encendemos cada noche una vela durante ocho días. Los candelabros se ponen cerca de las ventanas o en lugares visibles de la casa; la luz no fue hecha para ser guardada, sino para compartir con la sociedad y el mundo.

Os remito a una página argentina que explica esta fiesta en todo su sentido: habla de heroicidad, de un milagro y de los hogares como templos de fe, tradición y respeto por la dignidad humana. http://www.delacole.com/fiestas/januca.shtml

Para no desentonar con la tónica de mi página ni con esta época del año, rica en festividades, aquí van algunas recetas de Januka. Así como el Kohen Gadol o "Sumo Sacerdote" usó un pequeño tarro de aceite para mantener encendidas las luces del candelabro del Templo, toda receta de Januca utiliza aceite en su cocción, ya sea de oliva o de maíz. La siguiente es una receta de

sufganiot o buñuelos (¡y es muy, muy rendidora!)

Te harán falta:

-.50 gr. de levadura fresca (puede que no la tengas en tu casa, pero se consigue muy fácilmente)

-. 1 taza y media de agua caliente (no hirviendo; es para diluir la levadura)

-. 1cuchara de azúcar

-. 3 huevos (esos que nos regalan -o les quitamos- a las benditas gallinas)

-. 1/2 taza de aceite (de maíz o girasol)

-. 1/2 taza de azúcar

-. 1 cucharadita de esencia de vainilla

-. 1 cucharadita de ralladura de limón

-. 6 a 7 tazas de harina

-. Aceite para freir

-. Azúcar glas (impalpable)

Rinde de cinco a seis docenas de sufganiot o buñuelos.

Coge un perol, bol o ensaladera y pon: los huevos, el aceite, la vainilla y la ralladura de limón. Disuelve la levadura en el agua caliente y el azúcar. Agrega esto a la preparación anterior. A continuación agrega la harina hasta que se forme una masa suave.

Salpica la mesada con un poco de harina, coloca la masa encima y amasa durante unos minutos (con las manos muy limpias).

Tapa con un repasador o un "cubre jalá" y espera a que leve hasta tener el doble de su tamaño. Esto llevará entre una hora y una hora y media.

Una vez que ha levado, estira tu masa hasta que tenga unos 2 cm. de espesor (recuerda siempre que has de espolvorear la mesada para evitar que la masa se adhiera). Recorta círculos con un cortador de bueñuelos o de scones (luego formarás con las manos las "pelotitas" de masa).

Pon 7 cm. de aceite en una sartén o cacerola (de este modo salpicará menos tu cocina) y coloca sobre la llama hasta calentar. Pon unos cuatro buñuelos por vez en el aceite.

Dora los bueñuelos de un lado y después del otro.

Quita con una espumadera. Déjalos secar y enfriar en una fuente con papel tissue o toalla.

Espolvorea tus sufganiot con el azúcar glas.

Consejito interesante: para saber si la masa está lista para estirar, o es conveniente que siga levando un tiempito más, pon un pedazo pequeño en un vaso con agua. Si la masa flota, está lista.

Januca Be Sameaj! Agradan a D´os, en estos días, las obras de caridad, la multiplicación de los rezos, el encendido de velas, el amor al prójimo.

viernes, 19 de diciembre de 2008

Las Teleseries de El Cairo (o el sentido de la vida). Usos y costumbres amorosas en Oriente Medio. Parte I



Hace unos meses estuve de vacaciones en Egipto. Como es lógico, dediqué unos cuantos días a la ciudad de El Cairo: a recorrerlo, a salir con amigas, a pasear en barca-no a pesar de que es cutre, sino porque es cutre- y a disfrutar, también, de un poco de soledad. Después de la cena –que yo siempre tomaba a eso de las 19:30 o 20:00- y de la ineludible ceremonia del coucher –un baño relajado, un riguroso lavado del cabello, la aplicación de cremas, menjunjes y geles para todo servicio- me ponía a mirar televisión, vale decir, festivales musicales, programas de entretenimiento y culebrones de moda. Aproveché para ver aquello que en Occidente es menos accesible: las “famosas” novelas de El Cairo, las trilladas teleseries que inundan el “mercado rosa” del Oriente Medio y hacen soñar a millones de jovencitas.


En una de ellas hay tres familias. En torno a éstas se vertebra la trama y, en torno a las diferencias culturales e ideológicas, se erigen los “entuertos”, los agravios, los amores y los quebraderos de cabeza hasta que llega el final feliz. Las dos primeras familias son egipcias; una de ellas, se ha “occidentalizado”: las mujeres, por ejemplo, van a un club de playa –pensemos que en Egipto esto es más que exclusivo, sólo puede pagarlo la élite- y lucen sus trajes de baño y pareos con naturalidad, desde luego, no usan velo (para más aclaración, vale decir que, más allá de la fe, lo único que distingue a una mujer musulmana de una cristiana en Egipto es la utilización o no del velo: una joven cristiana también se viste con modestia, también elude el contacto con varones que no sean familiares directos, también ha de casarse virgen, etcétera.); la otra familia conserva las costumbres musulmanas, las mujeres visten con recato, pero en una elegante forma occidental –faldas godet, botas altísimas, chaquetas de cuero, pañuelos fashion- y se mueven en todas direcciones: estudian, trabajan, cumplen roles en su hogar, etcétera (Digresión: La mayor parte de las egipcias viste a la usanza occidental, excepto a la hora de ir a la mezquita, cuando se pone sobre sus ropas una bella chilaba o túnica. Certifico que las hay de ensueño.) La tercera familia es saudí: los hombres utilizan el tocado característico –sí, ese blanco con una suerte de vincha o cuerda trenzada alrededor de la frente- y las mujeres , la conocida abeya -la túnica negra que cubre todo el cuerpo de la cabeza a los pies. En todas las familias se repiten estereotipos: el patriarca, la matriarca, la jovencita enamorada , el galán joven.

Las teleseries de El Cairo no son superproducciones al mejor estilo brasilero; tampoco abordan temas tabú; decididamente, no compiten con Sexo en la ciudad o Amas de casa desesperadas. Pero tienen, mutatis mutandi, los mismos elementos: amores sinceros y amores de conveniencia, afectos jaqueados por intereses económicos, pasiones cruzadas; matronas manipuladoras que sojuzgan a muchachitas dulces como la miel; viejos barbudos portavoces de la tradición y jóvenes idealistas que oscilan entre innovar o someterse sin ansias al “buen juicio” de sus mayores . La familia –y no sólo “la mujer” como entidad aislada- es el consumidor de estos seriales; a través de ellos aprendemos acerca de una sociedad y una determinada visión de la vida (la weltanschaung por si el alemán lo hace más culto o más rotundo).

Cada teleserie pinta su aldea y, ergo, pinta su mundo, su sistema de valores: aquello que merece un premio, aquello que merece un castigo. Nos enseña con qué comportamientos se incurre en hybris –desmesura- y qué acciones fomentan la catarsis a fin de conseguir la “redención” de los caídos . Aquí aparecen, enraizados en la trama, lo lícito y lo ilícito, lo establecido y lo subversivo, lo tolerablemente innovador y lo que continúa prohibido. Las telenovelas, sin duda, entretienen, pero su mensaje dice: “Alto, que si haces esto, así te irá”; “Ten cuidado. Porque la tentación es fuerte y, cuando quieras darte cuenta, te habrá arrastrado”; “Puedes subvertir el orden, pero vas a pagar un precio”. Estamos ante una función pedagógica. Y esto se da en Oriente y en Occidente. Toda novela ratifica un orden social.

[Hay casos de series que actúan como cabeza de puente para introducir ideas nuevas o ajenas a una sociedad. La llamada cultura global –que es básicamente la cultura norteamericana- hace un primer desembarco a través de los seriales televisivos conocidos como “enlatados”. Las teleseries funcionan entonces como un vector que introduce nuevas pautas de conducta en un determinado cuerpo social.]

¿De qué nos hablan las telenovelas? Hablan de AMOR. El amor (Eros) es el motor de la vida. Es lo que le da sentido.

Hagamos amena esta lectura y pasemos, entonces, al análisis de las relaciones amorosas en las teleseries de ambos mundos. Veamos –para seguir un orden- qué estadios, socialmente establecidos y aceptados, sigue una mujer en sus relaciones amorosas. La mayor parte de ellos son reflejados con fidelidad –y casi diría alevosía- en las teleseries egipcias.

I. La belleza de la sulamita (o los ojos brujos)

II. Compromiso y noviazgo (sólo pienso en ti)

III. Delicias de la vida conyugal (o cómo gustéis)

IV. La maternidad, divino tesoro (o qué sabia es la naturaleza que hace amar tanto a los hijos...)

V. El matriarcado (soy yo quien tiene la manija)

[En Occidente se dan estos estadios, pero no necesariamente en ese orden; es más, el punto II. no suele integrar ese binomio ya que el compromiso ha caído en desuso y, de darse, viene después de un período de noviazgo y como corolario de él. El punto I. –la atracción por el otro y el fijarse amorosamente en el otro- es prescindible en Oriente donde gran parte de las mujeres eligen a sus maridos por cuestiones de conveniencia, similitud ideológica con su familia de origen, simpatía o costumbre; en Occidente es de vital importancia y se relaciona con la atracción y la seducción, ya se trate de un flechazo o de un conocimiento gradual del otro. A veces, en ambos mundos, el punto I. puede venir después del III. o del IV.]

Con esta taxonomía algo irónica, algo poética, me despido hasta la próxima entrega que será, inshaallah (si D ´os quiere) , en breve. Ahí retomaré estos estadios y cómo reflejan las pautas sociales egipcias y de gran parte del Oriente Medio. La idea es no atosigarlos con tanta información en un solo texto ya que se hace difícil leer en pantalla.
Masah –ul jair ua masah –ul nuur (tarde de bondad y tarde de luz).

lunes, 15 de diciembre de 2008

Toda mujer que se precie de tal... (¡o cómo preparar un tajine que alucine a tu marido!)



Medio Oriente no es una unidad. No hay dos países que sean iguales, ni que tengan la misma etnia, ni que hablen igual el idioma –aunque el árabe sea, por cierto, el más utilizado-, ni que coman igual o se vistan igual. (El egipcio, por ejemplo, posee una lengua florida, algo exagerada, por demás histriónica, el marroquí practica lo que una amiga mía da en llamar el chamuyo argentino: mucho encanto, pero mucho cuento). Israel tiene como lengua oficial el hebreo, pero conviven allí mil y un idiomas y dialectos. En muchas naciones se habla también inglés o francés.

Sin embargo, una de las cosas que el Oriente Medio tiene en común es que... toda mujer que se precie de tal... ¡ha de ser una artista en la cocina! Puede parecer machista, lo sé, pero allí funciona: si sabes cocinar tienes parte de tu vida resuelta. Si tienes marido, ya lo sabes y no hago más que repetirte un cliché; si aún no te casas, ve preparándote: seguro tienes un marido en mente, en la fantasía, en el mandato materno, a la vuelta de la esquina. O más de un hombre que ha querido cortejarte y a quien tú has desechado de plano.


Saber cocinar no es la clave del matrimonio. Pero ayuda mucho, sobre todo, si recuerdas lo que dice la tradición musulmana respecto de una esposa: “¿Quién es una buena esposa? _Aquella que cuando la miras, te alegra. Aquella que cuando hablas, te escucha. Aquella que cuando te alejas, te conserva en su corazón.” ¿Y qué mejor que alegrar a tu marido con una buena mesa? ¿O tornarlo menos verborrágico llenándole la boca de manjares? ¿O pensar en él mientras se planea, lleva a cabo y finaliza una buena comida?



* En fin, lo diré -y haced de cuenta que no he dicho nada: si deseamos pedirle algo a nuestro marido o ponerlo al tanto de una situación que lo hará enojar o que, al menos, puede resultar incómoda, es imprescindible que tenga el estómago bien lleno.



Si no tienes marido, no es excusa: tendrás padres, amigos, parientes, hijos, nietos. Una caterva de gatos (yo tengo cuatro: Tina, Kitty, Nashla y Yogui. Sí, a la única a la que he bautizado es a Nashla).Toda una corte dispuesta a probar aquello que tú cocines –y a engullirlo en menos que cante un gallo-. Por eso ¡Hazte quedar bien!


Voy a confesarles un secreto (a voces): amo la cocina marroquí. Es de un refinamiento muy particular; plena de sabores, pero no picante; aromática, pero sutil; variada hasta lo increíble... y que logra conciliar las culturas que ha acogido en su seno a lo largo de su historia. Suele confundírsela con la cocina árabe. Pero no es tal. Hay elementos en común –porque son los del paisaje, los que da el clima: nueces, dátiles, almendras, cordero. Pero se trata de otra cosa. Marruecos tiene frutas y verduras de una calidad extraordinaria, y trigo, y animales, y dos costas bañadas de peces.


¿Qué vamos a preparar? A ver... Uno de los platos más rendidores, apetitosos y a la vez, moderadamente simples, que existe es el tajine. Entre “nos”, un guiso. Hay muchísimas variedades de tajine, lo puedes hacer de cordero, pollo, pescado o carne de res. Hay algunos que mezclan dos, o incluso tres, tipos de carne; en fin, que hay mucho para hacer. (Basta aclarar que en Oriente Medio no se come carne de cerdo; Los judíos tampoco comen pescados sin escamas –por ejemplo, crustáceos- ni mezclan la carne con la leche; los musulmanes no prueban el alcohol ni lo usan para cocinar ya que éste no se evapora por completo).


¿Por qué al guiso se le llama tajine? Éste es, en realidad, el nombre del recipiente en el que se cuece el guiso. Está hecho de barro y tiene una profundidad y un diámetro cómodos para la hornalla. A menudo estas ollas son tan bellas que sirven, a la vez, para llevar el tajine a la mesa, es decir, como fuente. Si no tienes un tajine, no te preocupes ni un instante: sale perfecto en una olla común, preferentemente con fondo de teflón.


La receta que os voy a dar es riquísima. La he probado con mis amigos en España y suele acaparar elogios. El marroquí come con la mano derecha, pero los que no tengáis la costumbre, podéis hacerlo con cuchillo y tenedor y sabrá igual. Siempre es bueno acompañar una comida con pan de pita (que será práctico a la hora de limpiar el plato de salsa y dejarlo más reluciente que una perla de Ormuz).


Con vosotras ¡Tajine de cordero con almendras y ciruelas pasas! (en árabe transliterado sería tajine barkuz bel luz)


Sabe combinar tres texturas: la suavidad de la carne -que guisada será una manteca-, el dejo agridulce y tierno de la pulpa de ciruelas, el gusto crocante y acre de las almendras fritas. Si lo deseáis, podéis utilizar dátiles u orejones. Sabrá igualmente delicioso...


Aquí van los ingredientes:

-. 1, 4 kg. de costillar de cordero (que puede ser también paletilla o cualquier parte de un cordero lechal)
-. 1 pizca de jengibre en polvo (no la raíz, en polvo; siempre se encuentra donde los chinos)

-. 250 g. de cebollas (es casi imposible que consigáis las pequeñas cebollas de Tánger o las no menos excelentes de Galicia, pero lo mismo da que, al fin y al cabo, se trata de cebollas),

-. 20 g. de ajo (este tajine no sabe a ajo, es apenas para condimentar y ponerlo a jugar con los otros sabores),

-. 10 g. de cilantro (el primo hermano del perejil, algo más aromático),

-. 400 cm. cúbicos de aceite de oliva
-. 2 ramas de canela (canela en rama, no confundir con la canela en polvo con que espolvoreamos los postres)

-. 1 pizca de azafrán en polvo (esta vez no son los estambres)

-. sal y pimienta (nada que decir),

-. 15 g. de perejil (el primo hermano del cilantro).


Para la guarnición:

-. 150 g. de ciruelas pasas (no frescas, por favor, que no es lo mismo)

-. 50 g. de azúcar

-. 2 ramas de canela (y con estas ya van cuatro, por lo que aprovecharéis buena parte del paquete)

-. 100 g. de almendras peladas (a veces se consiguen peladas y fritas y sin salar como se precisa aquí; si, en cambio, ya vienen saladas, olvídalo y fríelas tú, que no lleva tanto tiempo)

-. 400 cm. cúbicos de aceite de maíz (esta vez nada de oliva)

Opcional: hojas de perejil para decorar.

Y ya que estamos jugadas, aquí va el procedimiento:


1-. Corta la carne de cordero en dados regulares; si has escogido el costillar, primero has de deshuesarlo. Calienta el aceite de oliva en una olla o cazuela (a menos que tengas el famoso tajine), una vez que alcance temperatura, introduce los trozos de carne y dóralos por todos los lados, cosa que puedes hacer con ayuda de una cuchara de madera.


2-. Pela las cebollas y el ajo (sí, llorarás, así que tendrás que maquillarte más tarde). Pícalos así como al perejil y al cilantro (usa para esto una tabla de madera y un cuhillo adecuado, que no posea serrucho). Vierte todo esto sobre la carne ya dorada. Espolvorea con el jengibre, la sal, la pimienta y el azafrán. Añade las ramas de canela (que retirarás antes de servir).


3-. Pon agua fría en la olla hasta cubrir los ingredientes. Tápala. Cuece lentamente durante 30 minutos, hasta que la carne esté cocida y bien tierna.


4-. Prepara las ciruelas: Pon agua en otra olla, añade el azúcar y las ramas de canela. Sumerje las ciruelas y confítalas unos 10 minutos a fuego medio.


5-. Calienta los 400 cm. cúbicos de aceite de maíz en otro recipiente y dora las almendras.


6-. Coloca la carne con su salsa en una fuente. Decora con las ciruelas, las almendras fritas, las hojas de perejil.

No es muy conveniente que te vayas a bañar, o de paseo, o de compras mientras se cuece tu tajine. Quédate cerca para ir vigilando el asunto: si falta más aceite o más agua, si el fuego está fuerte o bajo, si el fondo de cocción se ha pegoteado... No está prohibido, sin embargo, que te pintes las uñas de los pies o te arregles el cabello o pongas la mesa o escuches buena música. Recuerda, eso sí, que las manos han de estar limpias si manipulas la comida.


¡Tus invitados se han sentado, la fuente está lista y tú, más lozana que la lozana andaluza! Ha llegado el tiempo de disfrutar.


¡Que aproveche! Y más adelante volveré con otras cosas recetitas. Recuerden que Marruecos es también célebre por sus dulzuras –los cuernos de gacela, la shbakía, el sfenj, las ghribas y un largo etcétera-, la Bastilla (o Pastilla: yo deliro por la rellena de paloma), el amlou –una suerte de “nutella” o “dulce de leche” hecho sobre la base de almendras trituradas, miel y aceite de argán-, el cous-cous y la jarcha –un pan hecho en la sartén sobre una base de sémola; una auténtica delicia).


Toda mujer que se precie de tal comprenderá que aquello que llevó horas de elaboración, desaparece en unos minutos. Es la ley de la vida. O, al menos, la ley de la cocina. Como no tendrás muchas ganas de presentar un postre elaborado (y comprarlo no vale), os doy un consejo: preparen un panaché de frutas. Corten rodajas finas de naranja, melón, kiwi, frutillas, banana, cereza, durazno; rocíenlas con agua de rosas –hecha con esencia de rosas. ¡No la confundáis con el agua de rosas que se usa para el lavado de manos previo a la comida! Y, después, espolvoreen con un poco de canela en polvo. A mí me sirvió.


Más allá de cómo haya quedado tu comida (si no sale bien a la primera, saldrá bien a la segunda... o a la tercera), piensa que es un regalo que haces a los otros.



Y esto hace feliz a D´os y te hace feliz a ti.

viernes, 12 de diciembre de 2008

Cómo el velo embellece a la mujer (sin que tenga que morir en el intento...)






¡Sí, sé bien qué pensarán de entrada! (pues yo habría pensado lo mismo... ) que han caído en una página "que atrasa", reaccionaria, algo surrealista, que se dedica a defender los valores más tradicionales del Islam o de la ortodoxia. ¡Quédense tranquilos! Esto se trata, en primer lugar, de belleza... y con material de primera mano ya que yo misma uso velo -bueno, unos cuantos velos a decir verdad- cada vez que viajo a mi querido Oriente Medio. En segundo lugar, es cierto, se trata de valores.


Se puede ser mujer, con velo, y ser hermosa. Se puede jugar con ellos hasta el hartazgo, con un trozo de tela, el que sea, se pueden hacer milagros. Te hará, además, sentirte más cómoda. Y verte más misteriosa. Y sobre todo... hará que sólo importes tú y no tu figura, o tu belleza, o tu cintura de avispa, o tu perfecta cadera de odalisca, o tu cuerpo gordo y celulítico, o tus kilos de más.





La utilización del velo es una tradición histórica. Muchos lo llaman hiyab -que no está mal-, pero un hiyab no es exactamente un "velo" o un pañuelo, sino que define toda una forma de vestir. En concreto, el hiyab implica no sólo cubrir la cabeza, sino vestir "castamente" y, desde luego, con gracia y belleza. En oriente la belleza es un mandato. Porque remite a D´os. Porque la belleza es el "aroma" de D´os.

Para hablar con mayor precisión: el niqab es el velo que cubre la cabeza y el pecho; El chador es una vestimenta típica iraní y suele cubrir de la cabeza a los pies (siendo, por lo general, negra, azul o verde oliva) pero dejando ver todo el rostro; la burka, de origen afgano, es la túnica que sólo deja ver los ojos que están, de todos modos, ocultos tras una rejilla.

La orden de vestir con modestia alcanza a varones y mujeres por igual. Podría hablar de las injusticias que se cometen en Oriente con las mujeres y tendría material para rato, pero no es el tema de esta entrada. Lo mismo que las injusticias cometidas en Occidente con las mujeres...

Y las tiranías de las dietas, los gimnasios y las enfermedades que esto conlleva.


Una mujer con velo comunica una forma de vida. De ahí que para un hombre pasa a ser sagrada y merecedora de todos los respetos. Cualquier atropello, maltrato o desatención por parte de los hombres constituye un haram, es decir, una falta grave, algo prohibido. Porque toda mujer con velo presupone un constructo de valores que van más allá del Islam o de la ortodoxia.



El hiyab no es una institución humana; viene de D´os. Y no sólo implica cubrir la cabeza -cosa que puede hacerse con toda la gracia del mundo-; implica no usar ropa ajustada en público ni exhibir los brazos ni exhibir las piernas. ¡Qué opciones tenemos para esto? Las faldas largas en todos los tonos, texturas, colores, cortes y fantasías; los pantalones amplios o al cuerpo, los vestidos sueltos o al cuerpo, las camisas, remeras y blusas que deseemos -incluso las más sexys- ya que lo amplio se permite y lo adherente se cubre con un chal, velo o pañuelo amplio. Tenemos, incluso, -y esto es un oasis de practicidad-... ¡ropa con "capucha" incorporada! Hay una marca egipcia de primera línea que fabrica ropa de lycra con hiyab: remeras, poleras, vestidos, y hiyabs "sueltos" desde luego. Sobre la capucha puede ir cualquier velo o pañuelo que nos cubra el torso que queda, eso sí, más fajado que un matambre.



¿Cuáles son las claves para usar un velo? (Y verte como actriz de cine). Aquí van unos consejitos de primera mano:

-. Escoge pañuelos de distintas texturas (gasa, algodón, seda, encaje, hilo, etcétera). La diversidad en la trama ayuda a marcar la ocasión. Así, por ejemplo, para un día de estudio o de trabajo, un pañuelo de algodón -liso, estampado o con mostacillas- te hará sentir cómoda, mientras que para una fiesta, boda o salida a cenar o a la Ópera, nada mejor que la gasa con apliques de seda o pedrería.

-. Varía los colores. Elije según tus ojos, tu piel, tu ropa, tus zapatos. Siempre es bueno tener de ambas familias: tonos fríos y tonos cálidos; algo en negro, algo que haga juego con tu ropa preferida, algo neutral. Ten estan pado, pero piensa que son menos combinables que lisos. Si el liso puro no te gusta -y, sí, suele quedar algo insulso- búscate uno liso con apliques o con un bonito o llamativo bordado. Yo tengo muchos de gasa, lisos, con hermosas -y reconozco que muy elaboradas- guardas de seda trabajadas o bordadas.

-. Elije los prendedores o broches que resulten más prácticos según la ocasión. Las broches pueden ser lo más invisible posibles o, por el contrario, llamar la atención porque contrastan con el color del velo o porque son, lisa y llanamente, "obras de arte". Siempre es bueno tener algunos broches atractivos para las ocasiones especiales. Si tu pañuelo es muy bordado (yo tengo uno rojo que es una auténtica artesanía, ya que fue diseñado como chal) usa un prendedor discreto, que sea casi invisible.

-. Hay algo infaltable en el necessaire o cartera de toda mujer que se precie de usar velo. ¡Los alfileres con cabeza de colores! Con ellos -son realmente infaltables- sujetaremos el velo a la vincha, capucha o ropa que usemos para que no se desarme. El velo sobre el cabello casi siempre se desliza. Esto es inevitable. Si la textura es más gruesa (por ejemplo un algodón rústico) o el velo se hace al estilo bereber, no habrá demasiados problemas, pero la seda, la gasa, el encaje y prácticamente todo el resto de las telas se deslizan. Hay que sujetar el pañuelo discretamente. Un par de alfileres nos arreglan el problema por las horas que sean necesarias. ¡Ojo! Aunque uses un buen prendedor -firme, grande, sólido- usa siempre alfileres.

-. Si usas hiyab ya lo sabes, pero vale la pena repetirlo: tienes que cuidar tu cabello más que nunca, lavarlo muy seguido, cepillarlo, hacerlo respirar, cortarlo de vez en cuando.

-. Esto es, quizás, lo más importante para verte distinta: varía la forma de atarte el pañuelo. Escoge un "tocado bereber", un velo que caiga hacia atrás, uno que cubra la frente, otro que la despeje, uno que se ata por detrás con un nudo, otro que se ata a un lado y caiga en cascada (si tiene una guarda atractiva que cae sobre el pecho, será todo un acierto). Haz lo que te indique tu imaginación.

-. Aprende a maquillarte. Usa khol (yo tengo una auténtica locura por él). Usa sombras y lápices de distintos colores. Centra la belleza en tus ojos. Tu rostro está en primer plano, el velo sólo lo enmarca.

-. Sonríe todo lo que puedas. La alegría hace que toda tú te veas mejor.



Una vez en casa, lejos de las miradas de la calle, el velo desaparece y -desde luego- seguimos sintiéndolo sobre nuestras cabezas. Sin él una se siente desnuda. Si por algunos motivos no podemos usarlo en Occidente, un sombrero o una boina son buenos sustitutos para poder salir. Basta con cuidarnos de no usar ropa ajustada y listo. ¡Sí, conozco el cimbrón psicológico que implica mostar el cabello tras días, semanas o meses de ocultarlo!



El velo no es un disfraz.

El velo es un modo de vida.